Las discusiones son un tema común entre los adultos, ya sea por cuestiones emocionales o económicas. Aunque siempre se recomienda que jamás se hagan frente a los hijos, de cualquier edad, los pequeños de más de cuatro años pueden resentir mucho más que los pequeños.
Según la psicóloga infantil Silvia Álava, la comprensión de los enfados se va desarrollando con la edad y aunque la captación de estados emocionales negativos se produce desde el momento del nacimiento, conforme crecen, los pequeños van siendo más observadores y se vuelven más conscientes de las acciones de sus padres. Para Àlava, el cambio fundamental se produce a partir de los cuatro años. “A esa edad ya pueden desarrollar la empatía y empiezan a comprender cómo pueden sentirse sus padres y llegan incluso a verbalizar que no les gustan las discusiones y a pedir a los padres que dejen de discutir o pelearse”
Los expertos señalan que cuando un pequeño crece en un ambiente donde las discusiones son frecuentes, presentan altos niveles de depresión y ansiedad, lo que origina rabietas y berrinches frecuentes, irritabilidad, llanto sin razón e incluso alteraciones en el sueño y la alimentación.
Una reciente investigación de la Universidad de Cambridge en Reino Unido, descubrió la relación entre la exposición a las discusiones de los padres y un menor volumen de materia gris en el cerebro de los pequeños. Según los autores del estudio, “el cerebro del niño en desarrollo puede ser sensible a las formas más comunes de problemas familiares y crear secuelas, aunque sean peleas moderadas”. La psicóloga Silvia Álava advierte que la exposición de los hijos a discusiones frecuentes puede derivar en problemas durante la adolescencia, “al extrapolar el comportamiento de sus padres como ‘lo normal’, y lo reproduzcan en su relación de pareja”.
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