Al nacer mi bebé estaba ensimismada con él. En aquel momento, sentí que tenía entre mis brazos el regalo más hermoso que me había donado la vida y le miraba sin descanso. Durante las primeras horas de su vida no podía apartar mis ojos de él y entre tanta observación detallada, ví que tenía un pequeño lunar, de tamaño diminuto, en el cuello. El lunar no era de color pardo, sino rojo y le pregunté a la pediatra qué era.
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