miércoles, 5 de octubre de 2016

Enséñale a pensar, no a obedecer

A estas alturas ya sabemos todos nosotros que nuestros hijos no aprenden cuando queremos que aprendan ni aprenden lo que queremos que aprendan. El aprendizaje ocurre cuando se trasforman sus estructuras cognitivas.

Cada información nueva que les das es analizada bajo la luz de los conocimientos previos que tienen en sus estructuras cognitivas. Esto les permite modificarla ya sea porque el nuevo conocimiento amplia lo que ya sabían o porque se dan cuenta con la nueva información que lo que ya sabían no era tan correcto como ellos creían. Contrastan la información nueva con la que ya tenían y así las acomodan produciendo el aprendizaje.

Pero para que ellos sean capaces de trasformar sus estructuras cognitivas necesitan de vuestra ayuda. Nuestro objetivo como padres debería ser ayudar a nuestros hijos, no a que nos obedezcan y respeten las normas impuestas por nosotros, sino a que construyan sus propios esquemas de conocimiento. Esto les permitirá en cualquier circunstancia ser flexible y tomar la mejor posible.

¿Problemas? ¡Bienvenidos sean!


No hay nada más desafiante cognitivamente hablando que enfrentarnos a los problemas o los errores. Lo que no supone un desafío, no exige de nuestros hijos un esfuerzo, cambio o adaptación. Y cada día desaprovechamos gran cantidad de grandes o pequeños desafíos que ignoramos por no dar la importancia que tienen: una pelea entre hermanos, cuando no son responsables de sus tareas, cuando echan la culpa a los demás…

Carlos, 10 años. Siempre coloca de cualquier forma la vajilla en el lavaplatos, por más que su padre le explica cuál es la mejor forma de hacerlo. A él no le interesa para nada hacerlo bien.

Para que aprendiera de forma significativa a colocar la vajilla en el mismo, su padre compró un puzle y durante varios días lo montaron juntos. Mientras lo hacían, el padre dirigió su atención hacia las estrategias posibles, teniendo en cuenta puntos de referencia como formas, posición, colores, detalles…
Pasados unos días, ayudó a su hijo a encontrar similitudes entre hacer un puzle y colocar los objetos en el lavavajillas. Le ayudó a fijarse en la forma de los objetos, en el espacio, en las posibles combinaciones para colocarlos… Aprovechó el conocimiento previo de hacer un puzle para que identificara posibles estrategias similares. Desde ese día, Carlos siempre coloca bien los objetos en el lavavajillas, porque el aprendizaje fue significativo y eso hizo que QUISIERA hacerlo bien.

¿Quieres corregir para un momento o para toda la vida?


Si ayudamos a nuestros hijos a solucionar los problemas sugiriéndoles las soluciones, les evitamos el proceso de contrastación y de acomodación. No han buscado soluciones alternativas, no han seleccionado, ordenado, comparado o clasificado; tampoco han filtrado ni trasmitido un significado específico a esa solución por lo que en su cerebro no ha habido cambio cognitivo.

Es fácil que vuelvan a repetir ese error. Es fácil que echen la culpa de su error a los demás.

Siempre tenemos dos opciones a la hora de corregir a nuestros hijos:

  1. Trabajar en el comportamiento puntual que queremos corregir. Nuestro objetivo aquí sería, por ejemplo, que ordenase su cuarto. En este caso le doy soluciones para que pueda ser ordenado: le ayudo a que elimine los libros que haya leído ya, le propongo que doble la ropa de una manera más eficaz, a que regale la ropa que no usa…
  2. Desarrollar en él las funciones cognitivas necesarias que le permitan tener un pensamiento reflexivo.
    Nuestro objetivo aquí es que ordene su cuarto para que entrene su capacidad de clasificación, de comparación, de planificación, su capacidad de distinguir datos relevantes e irrelevantes, que planifique su conducta… para que más adelante pueda utilizar estas funciones cognitivas en otros escenarios, ya no solo en su cuarto sino en la vida (en los estudios, con los amigos, con la pareja o su jefe el día de mañana…).
    La estrategia aquí es darle motivos para que ordene su habitación (según la edad: te hace más “inteligente”, te ayuda controlar tus pertenencias, te ahorra tiempo y esfuerzo de búsqueda, desarrolla habilidades cognitivas que necesitarás más adelante...), animarle a que detecte cual es el problema por el que no puede ser ordenado (¿demasiada ropa, faltan perchas, sobran trastos, acumula ropa sucia, falta de planificación…?)  y a que busqué soluciones alternativas.

El orden del cuarto nos sirve de excusa para desarrollar habilidades cognitivas que modifiquen sus estructuras de pensamiento. Igual que ocurre cuando mediamos con él en el lavavajillas o en cualquier otra situación. De esta manera, las nuevas habilidades adquiridas pasan a formar parte del funcionamiento cognitivo de manera permanente.

No quieras que sea ordenado, sino que él quiera ser ordenado. No quieras que te hable con respeto, sino que controle su impulsividad al hablar. No quieras que deje de pegar a su hermano sino que encuentre nuevas estrategias para solucionar problemas con los demás.

Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos



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