lunes, 6 de febrero de 2017

Tu hijo no sueña con Disneyworld. Sueña con que le corrijas con respeto.

Ayer paseaba por la calle y vi como una madre estiraba bruscamente de la manita a su hijo porque no quería sentarse en su cochecito. Lo cogió por las axilas y lo empotró en el cochecito, con una expresiva cara de “estoy de ti hasta las narices y más allá”.

No sé si esto es una excepción o si es la manera de funcionar de esta madre. Si me hubiera acercado, (además de decirme que esto no era de mi incumbencia y que me fuera a molestar a otra madre, lo cual sería muy lógico porque efectivamente no sería de mi incumbencia) me habría dicho que ella no le ha pegado, ni le ha gritado ni le ha insultado. Efectivamente.
Todos sabemos como adultos, porque lo hemos sentido en nuestras carnes, que no hace falta pegar o insultar para herir. Con los niños pasa igual.

Si esta madre funciona así en casa, dejándose llevar por sus emociones, por su cansancio o por el estrés, este niño entenderá en muchas ocasiones que es una carga, que molesta y que no es como a sus padres les gustaría que fuera. Habrá ocasiones, por supuesto, que también se sentirá valorado y apreciado pero la balanza emocional de los niños pequeños es muy sensible y pesan mucho los desprecios. A veces, no lo compensan los abrazos…no todo se arregla con abrazos.

La ausencia de ternura también duele


Antes de intervenir con tu hijo, y precisamente en los momentos de fatiga emocional, párate a pensar 3 segundos. Quizás la primera alternativa que has pensado no es la mejor para él. Generalmente, la primera, es tu propio desfogue emocional pero no la mejor estrategia educativa.
No solo duelen los gritos o los insultos. La falta de ternura también duele. Mucho. Y educar sin ternura es educar a medio gas.

Antes de intervenir pregúntate que quieres que tu hijo aprenda con tu intervención. O qué quieres modificar en él. La respuesta te ayudará a retomar el control.

Si mi objetivo es que mi hijo crezca con seguridad y autoestima, no puedo agarrarlo de las axilas con cara de hastío y hundirlo en su cochecito como si fuera un saco de patatas. Puedo cogerlo por las axilas con cariño, al menos con una sonrisa, y sentarlo en su sillita mientras lo distraigo y le explico el asombroso cuento que le tengo preparado para cuando se vaya a la cama.

Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos.com

 



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