Cuando nos convertimos en padres, es común que nuestro círculo de amigos comiencen también a tener hijos. Eso es genial, ya que las reuniones de amigos, no son aburridas para los hijos y muchos de ellos, se convierten también en amigos. Pero ¿qué ocurre cuando comenzamos una carrera por ganar a través de nuestros pequeños, donde parece que competimos por quien tiene al hijo más inteligente, quien tiene al más deportivo, etc.
La mayoría de nuestras conversaciones se convierten en una muestra de los logros, triunfos y ejemplos de cómo los hijos son los mejores en todo. La crianza de hoy se basa en aquellos triunfos o logros que podemos mostrar (o presumir) a los demás, y somos medidos como “buenos” padres según sus resultados.
Es importante entender que nuestro objetivo es la educación de nuestros niños y no a nuestra apariencia ante los demás. Dejar de creer que los logros de nuestros hijos reflejan nuestra aptitud como padres. Si nuestro hijo es un mini Mozart, un mini Ronaldo o un mini Einstein lo único que significa es que tuvo la suerte de ser talentoso.
Debemos aprender que lo que nos hace mejores padres es el amor por nuestros hijos y nuestra capacidad de buscar su bienestar y educarlos con valores.
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