Basta un segundo. Un sólo segundo. Tu mundo puede cambiar de inmediato. Tu corazón dar un vuelco. Basta un segundo de despiste y pierdes a tu hijo de vista. Y en ese mismo momento tus latidos se aceleran, un nudo te aprieta la garganta y empiezas a sudar. Seguro que a muchos padres les ha pasado. En un supermercado, en la calle, o en la playa. De pronto dejas de ver a tu hijo y el mundo se hace inmenso. Y piensas, sí, porque lo piensas... ¿y si se ha perdido? ¿y si no le vuelvo a ver?
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