Hace ya unas cuantas décadas que la educación dejó de aplicar ese cruento lema de “La letra con sangre entra”. Afortunadamente para las nuevas generaciones los derroteros estudiantiles han cambiado de rumbo hacia unos maestros más comprensivos y amables que han entendido que la culpa de que el niño se duerma sobre el pupitre no es del propio niño, en la mayoría de casos, sino del maestro.
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